TRES REFLEXIONES
1.- ¿Qué estamos haciendo?
Cuando me preguntan, compruebo que sólo puedo saberlo, si acaso, por exclusión: qué es lo que no estamos haciendo, a eso aún puedo, mal que bien, contestar. Se dice, y parece cierto, que cualquier artista tiende a rechazar etiquetas. Pero creo que, por fuera de la habitual megalomanía de pretender que uno hace algo único e incomparable, hay algo en la pregunta que permanece vivo y con derecho a insistir. Hay una respuesta clara y hasta con aspecto brillante, que tiene la ventaja añadida de ser verdadera: estamos trabajando, precisamente, para averiguarlo.
De acuerdo, no es suficiente, ya lo sé. Algo sé: estamos haciendo poesía (quizá, más concretamente, poesía elegíaca). Es decir, tratando de dar caza a algo que no encuentra acomodo en el lenguaje ordinario. Lo que no significa, más bien al contrario, que rehuyamos la experiencia humana común. Justamente llegar a lo común exige despojarse de lo que suelo llamar "privado". Cada persona que está en el escenario (y también los que estamos participando desde fuera) habría de extremar lo más íntimo para conectar con lo que a todos concierne. Lo de en medio, digo siempre, es lo que sobra, lo que bloquea la comunicación. Sólo con tiempo, con paciencia y por tanteo es posible aproximarse al menos a esa aspiración.
El tiempo siempre falta, la paciencia a veces flaquea y el tanteo con frecuencia desconcierta. Ahora, cuando vamos estando "nel mezzo del camin", hay aún buen número de incertidumbres en el aire. Conviene resistir la tentación de cerrarlas prematuramente. Después de muchos años en este raro oficio, sé que no podría trabajar desde un plan cerrado de antemano. No pretendo ser ejemplar, sólo sé que es lo que a mí me estimula y me permite seguir adelante. De mi experiencia extraigo la confianza, sin excesiva imprudencia, en que hay algún momento (no muy lejos del estreno) en el que lo que parecía disperso acaba por adquirir coherencia y continuidad. El riesgo de que ese resultado no aparezca siempre está ahí, pero el riesgo es un ingrediente básico del frágil equilibrio en que consiste el encanto del teatro.
2.- Autor y director
Otra reflexión de fin de semana: el hecho de que el autor del texto lleve mi nombre podía dar pie a alguna inquietud. Ya sospechaba que sin mucho fundamento, y lo compruebo: de hecho, siempre he pensado que la cuestión de "las intenciones del autor" carece por completo de sentido. Lo que hay es un texto, unas palabras puestas en un papel, y a eso me atengo: lo demás no existe hasta que hay unos seres humanos que se hagan responsables de ellas. Sea cual sea el nombre que las firme, no le pertenecen. Tampoco al director ni a los actores. Según con quién se crucen, las palabras tendrán vidas imprevistas. Eso sí, siempre he defendido maniáticamente el respeto a la literalidad del texto. Son las reglas del juego. Para disfrutar de un juego es imprescindible atenerse a unas reglas. No es ahí donde está la libertad de los jugadores. La circunstancia de haber escrito esas palabras no modifica nada esencial. Ni me incomoda ni me estimula en distinta medida que cualquier otra firma.
3.- La Historia y la historia
Desde el propio proceso de escritura me fui desentendiendo cada vez más de la documentación histórica. Ya lo dice el coro: "Tiempo sin tiempo alguno, derribo de la Historia, material de silencio". Desde el comienzo de los ensayos no hemos dedicado prácticamente ninguna atención a las circunstancias históricas que sirven de pretexto. Exactamente eso: pre-texto, algo que está, que estaba, antes del texto. Lo que nos importa para el trabajo es lo que está después del texto, la historia de un grupo de personas que trama una manera de dar cuenta de situaciones humanas ante una asamblea de espectadores. La Historia, para los historiadores, con su rigor, que es otro. No somos historiadores aficionados.
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