CIEGA Y MUERTA
(Dos mujeres. Una viva, ciega. Otra muerta).
CIEGA.- Como un espejo negro que no refleja nada, así mis ojos. Sin ver, sin ser mirados, como agujeros negros. Se supone que soy una mujer. ¿Y tú, muerta? Los muertos ya nos pueden mirar, sin cargar con la vergüenza de estar, ¿cómo diría?, de estar tal como estamos los que no estamos muertos. Esta tranquilidad espantosa.
MUERTA.- Una muerta se cansa de mirar. Si pudiera cansarse. Si tuviera tiempo, sería demasiado, todo ese tiempo de mirar. Sé que no tengo tiempo. Tú tampoco. Sé que el tiempo te tiene. Sé que el tiempo es el nombre de la muerte demorada. No necesito nada. Tú supones que tienes derecho a compasión o una mirada o algo.
CIEGA.- Enséñame a mirar sin ser mirada.
MUERTA.- No puedo. Morir no enseña nada, ¿sabes?
CIEGA.- Hazme saber al menos que me miras y lloras.
MUERTA.- Dos bolas desecadas son mis ojos. Dos inutilidades. Dos fábulas sin fin, sin moraleja.
CIEGA.- Dos negros precipicios son los míos.
MUERTA.- Mi piel, una badana. Mi pelo crece aún. Para nadie. Mis uñas.
CIEGA.- La historia de la muerte no conoce el espanto. Pero mis labios, pero mi cuerpo. Desastre de estar viva para nadie. Quisiera ver mis huesos. Ser otra y desnudarme hasta los huesos y también más allá, hasta donde pudiera ser mirada más allá de la vida. Vivir no es lo contrario de morir. Es algo que no sé cómo decir pero existe, lo sé, algunas veces lo sé. Una mujer lo sabe algunas veces.
MUERTA.- Una mujer muerta lo sabe siempre. Una mujer muerta es todo el saber del mundo. Se ríe de los vivos que consumen su vida afanándose en vano por encontrar la fórmula secreta. Te diré que no hay fórmula, nada: no hay verde, no hay cielo. Te diré lo que hay. Hay sólo una distancia de las máscaras del tiempo. Un abismo no: una distancia suave, paciente, como dunas de aire. Sin esperar oasis. Una risa tenue si acaso. La vida es excesiva, diría si pudiese.
CIEGA.- No. Ni sabios ni ignorantes miran la estéril humedad de mis ojos. La desesperación, la ausencia, la vergüenza, la miseria, la soledad sin fondo. ¿La vida dices? ¿Excesiva dices? ¿Qué vida? Dime.
MUERTA.- No. Yo no soy más que el coro de las mujeres muertas. Una voz que te inventas, un público que mire. Déjame en paz. No. Espera.
CIEGA.- ¿Qué?
MUERTA.- Cuéntame tu vida.
CIEGA.- No. ¿Para qué?
MUERTA.- Cada historia es más aire. Cada historia libera otras historias. Si no tu vida, cuéntame la mía.
CIEGA.- ¿Tu vida?
MUERTA.- Sí. Yo no tengo memoria, sólo frío. Invéntate una historia y llámala mi vida.
CIEGA.- No. No hay historias. Ya no queda tiempo. Sólo un cuervo que vaga aleteando sobre una nube negra. Y un cañón le dispara y ya no vuela. La pólvora y la nube, ya no hay más.
MUERTA.- Dame la mano.
CIEGA.- Sí.
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