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PENSAR

De vez en cuando (ahora por ejemplo en este interludio) me da por apuntar algunos males de nuestro teatro. Sin muchas esperanzas a estas alturas. Al decir teatro hay que incluir los edificios (lo que Ortega y Gasset llamaba teatro "en sentido fuerte"), los profesionales, el público, las instituciones y los medios de comunicación. Todo está relacionado, como en cualquier organismo, de manera que para bien o para mal el contagio se propaga. Unos poquísimos locales de exhibición regular (para una ciudad de 700.000 habitantes) con una programación un tanto espasmódica y errática y presupuestos ínfimos. Unos profesionales dispersos empujados a buscarse la vida con chapuzas ocasionales. Un público discontinuo y desconcertado y con graves dificultades para tener un criterio selectivo y organizarse un tiempo para ir al teatro. Unas instituciones presas de la inmediatez que nunca acaban de decidirse a pensar en un diseño coherente a largo plazo. Unos medios de comunicación que muy raramente van más allá de reseñar en pequeños resquicios la producción propia.

Resistir manteniendo unos ciertos criterios de exigencia intelectual y artística no resulta fácil, pero algunos, simplemente, no podemos evitarlo. Ya que nadie nos obliga, no tiene sentido el victimismo. Es verdad que, como un aspecto más de la situación política general, nos vemos en grandes dificultades para encontrar maneras de incidir con alguna eficacia en un ambiente general de acomodo, de sálvese quien pueda o de virgencica que me quede como estoy. En fin, no sé si esto es un desahogo o mejor (eso espero) una incitación a seguir pensando y tratar de encontrar foros en los que se pueda hablar un poco en serio fuera del comentario más o menos etílico o la queja autoindulgente. Pensar menos tal vez en términos gremiales de vendajes de urgencia y más en términos de propiciar un tejido teatral útil para la ciudadanía. ¿Ilusiones piadosas? Habrá que seguir en ello.

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